Margarita del Carmen Brannon Vega, más conocida bajo el seudónimo literario del Claudia Lars, nace en Armenia, Sonsonate, en 1899, y fallece en San Salvador en 1974.
¡GRACIAS, MI TIERRA!
Por estos ventanales que entregan el paisaje,
por los ríos menores y tu gran padre-río;
por dragones ardientes que del volcán se escapan,
por doseles de musgo y cunas de semillas,
¡Gracias, mi tierra!
Por el redondo amparo del amante llanero,
por las ceibas abuelas y su alada familia;
por silencios de aroma donde el verde es tan joven,
por la flor-mariposa, novia de colibríes,
¡Gracias, mi tierra!
Por el candor risueño que tiene el ojo-de-agua,
por los cañadulzales y los bancos de lirios;
por las islas de pájaros en medio de los lagos,
por el pájaro inmóvil que descubro en la orquídea,
¡Gracias, mi tierra!
Por el colegio en charla de los patos vulgares,
por la celda de barro en que vive la avispa;
por el alto columpio de la ardilla instantánea,
por la tornasolada piel de la lagartija,
¡Gracias, mi tierra!
Por la yegua dormida entre mentas nocturnas,
por el perro del pobre --humano en su vigilia--;
por las ubres que filtran anises y albahacas,
por el gallo endamado, con el sol en el pico,
¡Gracias, mi tierra!
Por el húmedo surco en que el maíz se siembra,
por la tierna mazorca y el vaivén de la milpa;
por el tibio panal, anegado de flores,
por las humildes yerbas de todas las cocinas,
¡Gracias, mi tierra!
Por la solar naranja y el limón curandero,
por la sangre del bálsamo, que es la sangre del indio;
por la flor del izote --tan nupcial entre espadas--
y por el conacaste, isla de golondrinas,
¡Gracias, mi tierra!
Por el tabaco anciano, mantenedor de ensueños,
y por el chocolate en su labrada jícara;
por el chile que pone diablillos en la lengua,
por las mil y una noches del café y sus amigos,
¡Gracias, mi tierra!
Por la cal de mis huesos que viene de tus cales,
por tu suelta abundancia, por lo que das y quitas;
por mi casa sembrada en tu pecho valiente,
por mi verso de siempre, que es tierra siempre viva,
¡Gracias, mi tierra!
UNA PALOMA BLANCA
Una paloma blanca,
que del cielo bajó, con tu carta en el pico y en la carta una flor.
Caminitos de aire, caminitos de sol; como un ángel pequeño la paloma de Dios.
En mi casa esperaba una fecha de amor una niña morena de fino corazón.
Palomita, palomita, si la niña te dió un beso entre las alas, ¡vuelve al fiel amador!
Si entregó la sortija y el pañuelo entregó, mensajera discreta, ¿quieres otro favor?
Cuando Mayo regrese al naranjal de hoy, subirá, todo blanco, hasta el altar mayor.
La campana más joven --que se llama Asunción-- en ese nuevo Mayo ha de cantarle a dos.
Por eso, como un ángel la paloma bajó, con tu carta en el pico y en la carta una flor.
MES DE MAYO
Ojo celeste del día abre pestañas de sol. La tierra, mojada y fresca, traje verde se vistió. El río amarra los juncos con transparente listón y ensaya la rama erguida danzas que al viento aprendió. A la orilla del camino y bajo el árbol de olor asoma el jacinto tierno su frágil cáliz temblón. Vuela la abeja ambarina, zumba ellerdo moscardón y la ranita de invierno redobla ya su tambor. ¿Quién borda el primor sencillo del encendido festón que en la loma y en el llano multiplica su color? ¿Quién esponja el buche rubio del pajarillo cantor? ¿Quién encumbra, sin temores, el ala fina y veloz? ¿Quién mece a las olas niñas en su cuna tornasol? ¿Quién traza sobre la playa dibujos de caracol? ¿Quién pinta la mariposa con polvillo del fulgor? ¿Quién mueve el resorte oculto del vibrante picaflor? Mayo baja de las nubes jubiloso y juguetón. ¡Trae manojos de besos y cantos de lluvia y sol!
Alfredo Espino
Alfredo Espino, poeta salvadoreño. Nació en el Departamento de Ahuachapán, El Salvador, en el año de 1900.
Los últimos años de su vida se volvieron muy adversos, la negativa de sus padres para consentir su casamiento con ciertas jóvenes lo condujo a constantes desequilibrios emocionales y amorosos. Para mitigarlos, se entregó a largos ratos de bohemia, en bares y burdeles de la Capital Salvadoreña.
Fue durante una de estas crisis alcohólicas que él mismo puso fin a su vida, en la madrugada del 24 de mayo de 1928 en la ciudad de San Salvador.
LAS MANOS DE MI MADRE
Manos las de mi madre, tan acariciadoras, tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras. ¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman! ¡Las que por aliviarme de dudas y querellas, me sacan las espinas y se las clavan en ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas, no hay como la frescura de esas dos azucenas. Y cuando del destino me acosan las maldades, son dos alas de paz sobre mis tempestades.
Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas, porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas. Para el dolor, caricias; para el pesar, unción; ¡Son las únicas manos que tienen corazón! (Rosal de rosas blancas de tersuras eternas: aprended de blancuras en las manos maternas).
Yo que llevo en el alma las dudas escondidas, cuando tengo las alas de la ilusión caídas, ¡Las manos maternales aquí en mi pecho son como dos alas quietas sobre mi corazón! ¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas! ¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!
EL NIDO
Es porque un pajarito de la montaña ha hecho. en el hueco de un árbol su nido matinal, que el árbol amanece con música en el pecho, como que si tuviera corazón musical...
Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma, para beber rocío, para beber aroma, el árbol de la sierra me dá la sensación de que se le ha salido, cantando el corazón.
CAÑAL EN FLOR
Eran mares los cañales que yo contemplaba un día (mi barca de fantasía bogaba sobre esos mares).
El cañal no se enguirnalda como los mares, de espumas; sus flores más bien son plumas sobre espadas de esmeralda...
Los vientos-niños perversos- bajan desde las montañas, y se oyen entre las cañas como deshojando versos...
Mientras el hombre es infiel, tan buenos son los cañales, porque teniendo puñales, se dejan robar la miel...!
Y que triste la molienda aunque vuela por la hacienda de la alegría el tropel, porque destrozan entrañas los trapiches y las cañas... ¡Vierten lagrimas de miel!
ASCENCIÓN
¡Dos alas!... ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo? Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido. Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido, que si no fuera un mar, ¡Bien sería otro cielo!...
Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores... ¡Que pequeños los hombres! No llegan los rumores de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante con que aulla el deseo, ni el clamor desbordante de las malas pasiones... Lo rastrero no sube: ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube...
Aquí he visto una cosa muy dulce y extraña, como es la de haber visto llorando una montaña... el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz; un ternerito viene, y luego se arrodilla al borde del estanque, y al doblar la testuz, por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz...
Y luego se oye un ruido por lomas y floresta, como si una tormenta rodara por la cuesta: animales que vienen con una fiebre extraña a beberse las lágrimas que llora la montaña.
Va llegando la noche. Ya no se mira el mar. Y que asco y que tristeza comenzar a bajar...
(¡Quién tuviera dos alas, dos alas para un vuelo! Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido, con el loco deseo de haberlas extendido ¡Sobre aquél mar dormido que parecía un cielo!)
Un río entre verdores se pierde a mis espaldas, como un hilo de plata que enhebrara esmeraldas...
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