31 jul 2016

El día que se secó el mar



Sentada ahí, frente a aquella inmensidad, era un campo de arena que no tenía límites, que sobrepasaba la línea de horizonte, donde una vez se podía contemplar el mar. Cabizbaja, el cuerpo en pose de agotamiento y las piernas estiradas, esperando la caída del sol, estaba ella en perfecta soledad, tristemente pensativa, evitando las ganas de llorar, sin embargo, una gota brotó de su ojo izquierdo, un último destello de luz la iluminó por un instante y aquella gota salió enredandose en sus pestañas para luego empezar el largo y lento camino por su mejilla, así se deslizaba dejando un casi imperceptible rastro, así bajaba por aquella mejilla antes iluminada en un tono rosa y ahora pálida y maltratada por el sol, deteniendose por un momento entre la fisura de sus labios, dejando apenas aquel característico sabor salado, siguió la ya no tan cristalina gota su camino hasta la barbilla y ahí, intentando aferrarse a la vida, como no queriendo abandorar a su protegida, no tuvo más remedio que soltarse, así empezo su caída, y no precisamente para quedar en libertad; el viento le daba un suave balanceo y la gota veía cómo toda su vida pasaba frente a ella, pudo ver aquellos momentos en que su motivo fue de alegría, de regocijo, de orgullo, de ternura y de delirio; no omitió cuando la hizo brotar la amargura, la tristeza, el enojo y la ansiedad; a medida que caía pensaba en lo que iba a pasar, en todas esas personas que después la iban a necesitar, no quería morir pues a alguien le iba a faltar, pero cada vez se acercaba más a su final. Después de un rato, se pudo escuchar como un estruendo su caída fatal, se escurría entre la arena para nunca volver a salir, era la ultima gota, ya no habría más, su dueña agotó el agua de tanto llorar, y fue así como se secó el mar.


14 de mayo del 2016

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