Sentada ahí, frente a aquella inmensidad, era un campo de
arena que no tenía límites, que sobrepasaba la línea de horizonte, donde una
vez se podía contemplar el mar. Cabizbaja, el cuerpo en pose de agotamiento y
las piernas estiradas, esperando la caída del sol, estaba ella en perfecta
soledad, tristemente pensativa, evitando las ganas de llorar, sin embargo, una
gota brotó de su ojo izquierdo, un último destello de luz la iluminó por un
instante y aquella gota salió enredandose en sus pestañas para luego empezar el
largo y lento camino por su mejilla, así se deslizaba dejando un casi
imperceptible rastro, así bajaba por aquella mejilla antes iluminada en un tono
rosa y ahora pálida y maltratada por el sol, deteniendose por un momento entre
la fisura de sus labios, dejando apenas aquel característico sabor salado,
siguió la ya no tan cristalina gota su camino hasta la barbilla y ahí,
intentando aferrarse a la vida, como no queriendo abandorar a su protegida, no
tuvo más remedio que soltarse, así empezo su caída, y no precisamente para
quedar en libertad; el viento le daba un suave balanceo y la gota veía cómo
toda su vida pasaba frente a ella, pudo ver aquellos momentos en que su motivo
fue de alegría, de regocijo, de orgullo, de ternura y de delirio; no omitió
cuando la hizo brotar la amargura, la tristeza, el enojo y la ansiedad; a
medida que caía pensaba en lo que iba a pasar, en todas esas personas que
después la iban a necesitar, no quería morir pues a alguien le iba a faltar,
pero cada vez se acercaba más a su final. Después de un rato, se pudo escuchar
como un estruendo su caída fatal, se escurría entre la arena para nunca volver
a salir, era la ultima gota, ya no habría más, su dueña agotó el agua de tanto
llorar, y fue así como se secó el mar.
14 de mayo del 2016
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